En la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María, la Arquidiócesis de San Salvador celebró santa misa en Acción de Gracias por el 101 aniversario del natalicio del Beato Óscar Arnulfo Romero en la Catedral Metropolitana.
Compartimos el Texto completo de la homilía del Cardenal Gregorio Rosa Chávez, Obispo Auxiliar de San Salvador
Muy querido Mons. Elías Samuel Bolaños, Obispo de Zacatecoluca y Vicepresidente de Cáritas de El Salvador,
Muy queridos sacerdotes,
Queridos diáconos,
Queridos religiosos, queridas religiosas,
Queridos niños, jóvenes y adolescentes de nuestros colegios y escuelas católicos y sus maestros que les acompañan,
Queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Una Catedral con aroma de romero
Qué bien estamos aquí, verdad, con aroma de romero. Hoy nuestra Catedral huele a romero. Si se fijan bien, junto a las reliquias de nuestro amado pastor −que hoy cumpliría ciento un años− ustedes pueden ver quince rosas y quince plantitas de romero, porque nació un 15 de agosto de 1917. Y si ponen atención a cómo está decorado el altar podrán contar ciento una rosas y ciento una plantitas de romero. Después lo pueden hacer para que vean que no estoy mintiendo.
De las rosas, quince son rojas recordando el martirio de Monseñor. Hay también quince rosas y quince plantas de romero a los pies del Divino Salvador y a los pies de Nuestra Señora. Y al mirar hacia la asamblea vemos muchas ramitas de romero en sus manos. Levántenlas, por favor. Todo esto preludia lo que haremos al final de la Eucaristía cuando inauguremos solemnemente, en presencia de las ocho Caritas de El Salvador, la campaña cuyo lema todos sabemos memoria: “En mi casa una planta de romero y el Santo en mi corazón”.
Muchos, sin duda, han decidido hoy comprar su plantita para llevarla a su casa. No se preocupen, tenemos suficientes. Se están cultivando en los viveros de Caritas cincuenta mil plantas más. Al final de la Misa haremos el lanzamiento solemne de esta campaña.
El aroma de Romero, nuestro santo, inundará la Plaza de San Pedro dentro de dos meses, el domingo 14 de octubre. ¡Qué rápido pasa el tiempo y cuánta emoción e impaciencia llena nuestros corazones esperando que llegue ese momento! Una experiencia que tendrá lugar a las diez de la mañana, hora de roma, dos de la mañana, hora de El Salvador. Muchas comunidades parroquiales vivirán esa víspera en una vigilia de oración y cuando amanezca aquí el día catorce estallará la fiesta popular porque el Papa Francisco habrá dado a El Salvador su primer santo. ¡Qué viva Monseñor Romero!
La ciudad de Roma, que recorrió con entusiasmo y devoción el joven seminarista Oscar Romero –llegó a Roma a los 20 años−, dejó grabados en su mente y su corazón recuerdos indelebles. Así consta en su Diario de seminarista del que cito solamente algunos pensamientos que escribe el día de su ordenación sacerdotal, 4 de abril 1942. Encontramos también su conmovedora consagración a la Virgen.
Escribió el joven sacerdote: “Mi sábado de gloria. El día que hizo el Señor. Mi ideal se corona entre los aleluyas pascuales. Ya soy sacerdote… Empezó la larga ceremonia: tonsuras, órdenes menores, subdiáconos, diáconos, sacerdotes. Fragancia de óleo derramado. Era la caridad de Cristo que se prodigaba a los elegidos. Con el yugo del Señor sobre los hombros, a una con el pontífice, nuestra voz, omnipotente ya con la divina omnipotencia del sacerdocio, reprodujeron sobre el altar el portento del Cenáculo: ‘Esto es mi Cuerpo’… Oh, Jesús, cuando escribo todo esto, tu bondad me ha nublado los ojos. Jesús bueno, amigo fiel, que jamás sea yo el villano que conculque tus delicadezas de amor. Haz que éste sea mi distintivo: una gran locura por ti. Tú eres mi gloria y la recompensa de toda mi vida sacerdotal; tu amor, Jesús, tu amor… y eso me basta. ¡Y la muerte antes que ese amor se entibie!”.
Cuando caminábamos hacia Ciudad Barrios, a principios de agosto, durante la peregrinación “a la Cuna del Profeta”, alguien nos gritó: ¡Locos!. Y uno respondió: “Sí, locos por Cristo”.
Luego invoca a la Virgen en su día de ordenación sacerdotal diciendo: “Madre del Amor hermoso, préstame tu corazón para amarle, dame tus ojos para verle; dame tus manos, lirios para tratarle y tu seno virgen para hospedarle. Tú serás, Madre, mi eterna reina, por ti solo renuncio a otros amores. Tú me acercarás al altar y quiero que en tu regazo de madre se realicen cada mañana estas divinas confidencias de mi corazón con Cristo”.
El joven sacerdote que escribía esto no se imaginaba que el Señor le tomaría la palabra y como dice la nueva oración para pedir su Canonización: “…le concediste la gracia de morir al pie del altar en un acto supremo de amor a ti”.
Más adelante hace este juramento: “Quiero morir así, en medio del trabajo; fatigado del camino, rendido, cansado… me acordaré de tus fatigas y hasta ellas serán precio de redención, desde hoy te las ofrezco. Señor Jesús, por tu Corazón y por las almas: promitto [lo prometo]… He pasado el día abismado en mi grandeza, yo mismo no comprendo. Señor dame fe para que siempre sea sacerdote. Señor, haz que vea”.
Vamos al final de su Diario en 1943, 19 de febrero. Estamos en plena segunda guerra mundial. Ha pasado hambre y bombardeos en Roma con sus compañeros. Cierra sus apuntes con esta plegaria: “¡Señor Jesús!, quédate con nosotros porque atardece. Señor, amigo, cuando los horizontes se cierran y la vida parece una gran interrogación, ven a vivir con nosotros. Estar contigo es estar en el centro. No hay destierros, no hay persecución, cuando tú eres el hermano, el amigo”.
Cómo se proclama el dogma de la Asunción de María al cielo
Estamos en la fiesta mariana, la Asunción de la Virgen a los Cielos en cuerpo y alma. Romero ha vuelto a la patria y ejerce su ministerio como sacerdote en san miguel y dos años antes de la proclamación del dogma de la Asunción escribe en el Semanario Chaparrastique: “Como un río que crece en proporciones colosales viene acrecentándose en el mundo católico el movimiento asuncionista, o sea, el deseo del pueblo fiel de ver definido como dogma de fe su creencia multisecular acerca de la Asunción de la Virgen a los Cielos. ¿Cuál ha sido la conducta de los papas en este sentido? Conocedor el romano Pontífice de la trascendencia de una definición dogmática, siempre que va a definir un dogma de fe necesita estar seguro de dos cosas: primero, si aquella verdad se encuentra en el depósito de la revelación; y, segundo, si es oportuna tal definición”. Esto lo escribió dos años antes de la definición del dogma.
Ya como arzobispo, un día como hoy, en 1977 dice al pueblo reunido en esta Catedral, lo siguiente: “La Asunción en cuerpo y alma de la Virgen al Cielo no es una opinión piadosa es un dogma de fe, el dogma diríamos, de moda, el más reciente. Fue al clausurar el año de 1950 aquel gran Año Santo, que llevaba a Roma muchedumbres y que recibía aquel gran Pontífice que fue Pío XII. Durante esos años, se hizo una consulta muy interesante a todos los obispos del Mundo: ¿Cómo estaba en el pueblo la creencia de esta verdad, de que María ha sido llevada en cuerpo y alma al cielo? Al mismo tiempo que recogía la tradición de la liturgia, de la teología, y todo lo profundo que la Iglesia tiene en sus estudios, pudo tener la seguridad, el 1º de noviembre de aquél Año Santo, de proclamar como dogma de fe, y que por tanto es obligatorio creerlo todos los católicos, que María, después de terminar su curso mortal en la tierra, fue asunta, como recogida por Dios, en cuerpo y alma. Podemos decir, hermanos, ¿por qué una verdad que corresponde a los orígenes de nuestro cristianismo, a los orígenes del mismo Cristo, apenas en nuestro tiempo se proclama dogma de fe? No es que el Papa Pío XII inventó que María ha sido llevada en cuerpo y alma, como si hubiera inventado esa verdad hoy en 1950. Los dogmas no los hace el Papa. El Papa lo que hace es poner el sello de su autoridad, de su magisterio, para darle seguridad al pueblo de que esa verdad está contenida en la divina revelación. Y lo creemos no sólo porque lo dice el Santo Padre, sino sobre todo porque lo ha dicho Dios y lo ha revelado en la Sagrada Biblia y en la tradición viviente de la Iglesia”.
Hay cuatro dogmas marianos: 1) María Madre de Dios, 2) María siempre Virgen, 3) María concebida sin pecado original; y el cuarto, que hoy estamos celebrando, su Asunción al cielo en cuerpo y alma.
Dos días más tarde, Monseñor habla de su cumpleaños. Oigan lo que dijo, cómo entendía él lo que era cumplir años: “Entre los acontecimientos de esta semana, sin duda que son muchos, pero puedo destacar con un sentido de gratitud, la celebración de mi cumpleaños, donde he comprendido una vez más que mi vida no me pertenece a mí, sino a ustedes. Y en este sentido, como lo calificó nuestra radio [siempre su radio, la YSAX], ha sido una celebración eclesial. El obispo ya no es una persona privada, sino un signo de unidad. Y me alegro de que ese acontecimiento −en lo personal no tiene ningún sentido− haya sido una ocasión para expresar la solidaridad, el cariño, la unidad de nuestra Iglesia. Yo quiero agradecer, pues, todas las manifestaciones de amistad y de solidaridad que con esa ocasión me brindaron. Y las recibo como obispo y pongo a los pies de Cristo, pues, todo este homenaje para que todo redunde en su gloria”.
Digamos todos: ¡Feliz cumpleaños Monseñor!
La asunción significa lucha, resurrección y esperanza
Quiero concluir con el Papa Francisco, que tanto ama a Monseñor Romero; tan mariano y tan claro como él. Explica la fiesta de hoy de la siguiente manera con tres palabras: Lucha, resurrección, esperanza. Comenzó diciendo el Papa Francisco el año que fue elegido Papa: “El Concilio Vaticano II, al final de la Constitución sobre la Iglesia, nos ha dejado una bellísima meditación sobre María Santísima.
Recuerdo solamente las palabras que se refieren al misterio que hoy celebramos. La primera es ésta:
«La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo».
Y después, hacia el final, Esta otra:
«La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo»”.
Eso dice el Concilio, y el Papa Francisco añade: “A la luz de esta imagen bellísima de nuestra Madre, podemos considerar el mensaje que contienen las lecturas bíblicas que hemos apenas escuchado. Podemos concentrarnos en tres palabras clave: lucha, resurrección, esperanza”.
La primera palabra es lucha. Dice el Papa: “El pasaje del Apocalipsis presenta la visión de la lucha entre la mujer y el dragón. La figura de la mujer, que representa a la Iglesia, aparece por una parte gloriosa, triunfante, y por otra con dolores. Así es en efecto la Iglesia: si en el Cielo ya participa de la gloria de su Señor, en la historia vive continuamente las pruebas y desafíos que comporta el conflicto entre Dios y el maligno, el enemigo de siempre. En esta lucha que los discípulos de Jesús han de sostener –todos nosotros, todos los discípulos de Jesús debemos sostener esta lucha–, María no les deja solos; la Madre de Cristo y de la Iglesia está siempre con nosotros. Siempre camina con nosotros, está con nosotros. También María participa, en cierto sentido, de esta doble condición”. ¡Qué bonito: La Virgen camina con nosotros!
Segunda palabra: resurrección. Dice el Papa: “La segunda lectura nos habla de la resurrección. El apóstol Pablo, escribiendo a los corintios, insiste en que ser cristianos significa creer que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos. Toda nuestra fe se basa en esta verdad fundamental, que no es una idea sino un acontecimiento. También el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma se inscribe completamente en la resurrección de Cristo. La humanidad de la Madre ha sido «atraída» por el Hijo en su paso a través de la muerte. Jesús entró definitivamente en la vida eterna con toda su humanidad, la que había tomado de María; así ella, la Madre, que lo ha seguido fielmente durante toda su vida, lo ha seguido con el corazón, ha entrado con Él en la vida eterna, que llamamos también Cielo, Paraíso, Casa del Padre”.
Tercera palabra: esperanza. ¡Tanto necesitamos la esperanza en El Salvador! Dice el Papa Francisco: “El evangelio nos sugiere la tercera palabra: esperanza. Esperanza es la virtud del que experimentando el conflicto, la lucha cotidiana entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, cree en la resurrección de Cristo, en la victoria del amor. Hemos escuchado el Canto de María, el Magnificat. Es el cántico de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia”.
Recordemos las tres palabras: lucha, resurrección y esperanza.
Al final dice el Santo Padre: “María dice: «Proclama mi alma la grandeza del Señor». Hoy la Iglesia también canta esto y lo canta en todo el mundo. Este cántico es especialmente intenso allí donde el Cuerpo de Cristo sufre hoy la Pasión. Donde está la cruz, para nosotros los cristianos hay esperanza, siempre. Si no hay esperanza, no somos cristianos. Por esto me gusta decir: no se dejen robar la esperanza”.
¿Cómo dice el Papa jóvenes? No se dejen robar la esperanza.
“Que no les roben la esperanza, porque esta fuerza es una gracia, un don de Dios que nos hace avanzar mirando al cielo. Y María está siempre allí, cercana a esas comunidades, a esos hermanos nuestros, camina con ellos, sufre con ellos, y canta con ellos el Magnificat de la esperanza”.
Nosotros usamos otras tres palabras, aplicadas a la planta de romero: El romero significa aroma, el buen olor de Cristo. El romero es medicina, sobre todo para enfermedades respiratorias. Purifica el corazón de la gente. Purifica el ambiente. También cura las heridas infectadas; todos tenemos heridas que aún no cicatrizan. El romero hace sabrosa la comida, la convivencia, el estar juntos; ese gusto de estar en paz con Dios, con los demás y consigo mismo. Asumamos ese reto. Tenemos dos meses para seguir preparándonos para ese momento grande de su canonización.
Qué bien estamos aquí, delante de los chiquitos, los niños, niñas, adolescentes y jóvenes. Gracias a quienes les han traído acá. Estos “romeritos” necesitan crecer en un gran ambiente, saber que su vida vale la pena y eso supone que tengan en su vida la experiencia de la ternura de Dios.
Hicimos una marcha el día sábado 11, le llamamos caminata “Huellas de ternura”. y antes, en Ciudad Barrios, firmamos un compromiso de ser, los que somos sacerdotes, instrumentos de la ternura de Dios. Aquí vamos a hacer lo mismo, en el altar. Los padres van a acercarse a firmar un documento, que después se lo llevan a su parroquia. Queremos ser instrumentos de la ternura de Dios para que este mundo, tan lleno de violencia tenga esperanza. Lo haremos después de la homilía. Gracias por estar aquí. Es un día grande, un día inolvidable. Un día de esperanza.
Hermanos y hermanas, llenemos el mundo con el aroma de romero. Que la santidad de este hombre de Dios nos inspire, nos impulse, nos dé ánimos y nos llene de coraje para luchar por un mundo nuevo donde ustedes, niños y jóvenes tengan realmente el futuro que merecen. Por ustedes tenemos que luchar nosotros los adultos porque tienen derecho a ser felices. Un aplauso para todos ustedes.