SEXTO ANIVERSARIO DEL PONTIFICADO DEL PAPA FRANCISCO

En la Catedral Metropolitana de San Salvador se celebró la santa misa de acción de gracias por el sexto aniversario del pontificado del Papa Francisco. La misa la presidió el Señor Nuncio Apostólico de El Salvador, Su Excelencia, Monseñor Santo Rocco Gangemi junto a los Obispos de la Conferencia Episcopal de El Salvador el pasado 19 de marzo.

A continuación el texto de la homilía:

Estimados hermanos:

El Papa Francisco es un verdadero regalo de Dios para el mundo de hoy. Siempre cercano al pueblo de Dios y abierto a todas las clases sociales sin excepción. Con su forma de ser ha despertado grandes expectativas y esperanzas en hombres y mujeres de todos los  pueblos, razas  y naciones. Su programa pastoral sigue adelante: pide una Iglesia misionera con las puertas abiertas para anunciar a todos la alegría del Evangelio.

Como Papa, eligiendo el nombre de Francisco, pensó al seráfico de Asís, al “hombre de la pobreza, al hombre de la paz, al hombre que ama y protege la creación”.  Su magisterio, rico y  luminoso, suscita el compromiso de llevarlo íntegro a la vida pastoral. ¡El Señor conceda vida, salud y fortaleza al Papa Francisco para que siga fortaleciendo la fe de sus hermanos!

En el contexto de este “Sexto Aniversario del Ministerio Petrino” de Su Santidad, estamos celebrando también el “90 Aniversario de los Pactos de Letrán y de la Conciliación entre la Santa Sede y el Estado italiano”.

En 1870 con el acontecimiento que pasó a la historia con el nombre de “Breccia di Porta Pia” terminaba el poder temporal del Papa; “parecía un derrumbe, y, de hecho, por el poder temporal lo fue”. Muchos, entre católicos y eclesiásticos, entre historiadores y juristas, pensaban que aquel poder legítimo que tenía la Iglesia había que reivindicarlo y recuperarlo.  Ellos, todavía, no habían pensado que tal vez la Providencia –con “P” mayúscula, que ordena todas las cosas–,  a veces escondida detrás del término “azar”, había dispuesto los hechos de otra manera.

Aquel acontecimiento, antes, y el acuerdo después, le permitió al Sucesor del Apóstol Pedro retomar, con impensado y olvidado vigor e inmensa libertad de espíritu, sus funciones de Maestro de vida y Testigo del Evangelio, volviendo a levantar el gobierno espiritual de la Iglesia y a irradiar un mensaje no sólo religioso sino ético, ahora más aceptado, porque provenía de quien no tenía que defender intereses personales.

Esta misma libertad de espíritu les ha permitido a los pontífices levantar la voz en distintas ocasiones para condenar, pero también, para alentar a los católicos, a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad.

Hoy en día, le permite al Papa Francisco dirigirse a toda la humanidad con cariño, con simpatía, pero, sobre todo, como Padre y maestro que tiene que entregar un mensaje que no es suyo, que lo sobrepasa, casi a decir, sin citarlo con el Papa Pablo VI, “¡ay de mí si no predicara a Jesús Cristo!”.

Este mismo mensaje está también a la base del Documento sobre la Hermandad Humana, firmado hace pocas semanas en Abu Dabi, junto al Gran Imam de al-Azhar, el 4 febrero pasado, en el cual los dos firmantes piden a todos los líderes religiosos y políticos del mundo “de comprometerse seriamente para difundir la cultura de la tolerancia, de la convivencia y de la paz”.

Y no puedo dejar bajo silencio los grandes pasos que se han hecho en el campo ecuménico, marcados por el diálogo y el respeto, dejando atrás el afán de proselitismo.

Hermanas y hermanos: Estamos en tiempo de Cuaresma que nos encamina hacia la celebración de la Pascua, pero que no nos impide celebrar la simpática fiesta de San José, esposo de la Virgen María, al contrario, nos ayuda con su ejemplo a acompañar a Jesús en su camino hacia el calvario.

San José es uno de los santos más populares que tiene la Iglesia. Existen miles de personas que llevan orgullosamente su nombre.

Es el Patrono de la Iglesia Universal y patrono de la buena muerte.

Es patrono de los trabajadores y gran maestro de la vida interior. Dios lo escogió para que estuviera al frente de su familia, creyó contra toda esperanza y en silencio cumplió la voluntad de Dios.

Es un santo humilde, justo, trabajador y fiel al plan de Dios.

Le tocó vivir incertidumbres y sufrimientos ante el misterio obrado en María y que al comienzo desconocía.

Vivió pobremente en Nazaret ganándose el pan como un humilde carpintero de pueblo.

Asumió con serenidad la profecía de Simeón en el Templo sobre los sufrimientos que tendría Jesús y con gran angustia huye a Egipto para proteger a Jesús y María.

 Las lecturas que hemos escuchado, nos ayudan a entender mejor los dones con que Dios lo enriqueció.

El profeta Natán, como hemos escuchado en la lectura del profeta Samuel, anuncia al Rey David el nacimiento de un hijo. Sabemos que este hijo será el futuro Rey Salomón, pero el pueblo de Israel, vio en el Rey David, la figura del futuro Mesías cuyo trono durará para siempre.

A José se le presenta en las Sagradas Escrituras como descendiente del Rey David y por esta razón Jesús, el Mesías de Dios, desciende de la estirpe de David.

En la Carta a los romanos vemos como al Patriarca Abrahán, se le hace una doble promesa: tener un hijo y ser el padre de muchos pueblos.

San Pablo le alaba por su fe, ya que creyó contra toda esperanza, siendo ya un hombre de muchos años con una mujer estéril.

Dios cumple con su promesa y concede a Abrahán ser el padre de Isaac.

José es como el nuevo Abrahán del Nuevo Testamento, es modelo de fe y ejemplo de absoluta confianza en Dios.

Con su actitud de fe, colabora para que se realice en el mundo el plan salvador de Dios, aunque no siempre entienda los planes.

No sólo es un hombre de fe, más bien su fe es un acto de fidelidad durante toda su vida. ¡Así nos lo presenta la escena del evangelio! Nunca dudó de la honradez de su esposa María y el ángel en sueños le da a entender que, a pesar de ser el Espíritu de Dios el protagonista del misterio, él desempeñaría un papel importante para que se cumplieran los planes de Dios y así, dar nombre a Jesús en la línea de la genealogía de David.

Hermanas y hermanos: De san José debemos aprender muchas cosas. Fue un hombre de fe que estuvo abierto a los mensajes de Dios que en forma misteriosa le eran revelados.

Nunca perdió la esperanza, la mantuvo en todo momento como hizo Abrahán.

Nos enseña a cumplir la misión que Dios confía a cada persona.

Si para San José fue la de ser custodio de Jesús y María, para nosotros, puede ser cuidar la de nuestras familias para que en ellas exista siempre fe y esperanza en el Señor, para que nos veamos libres de los peligros que atentan contra la vida, la fe que nos han transmitido, los valores humanos y cristianos, y tantos otros peligros que existen en el mundo.

Su poderosa intercesión nos puede ayudar a ser mejores, a ayudar a los demás en el ambiente que vivimos, a hacer felices a los demás y a extender el Reino de Dios en nuestros ambientes de trabajo, de familia o en el círculo de nuestras amistades.

Hay muchos entre ustedes que brindan servicios pastorales en sus parroquias, y al igual que San José, se les pide un servicio generoso, discreto, fiel, para el bien de todos.

Dios no nos pide hacer cosas extraordinarias ni complicadas. José no andaba haciendo cosas espectaculares,  pero supo decir  siempre sí a Dios en su vida de trabajo y en el  servicio a los demás.

Muchas veces, en nuestra vida, como en la de Abrahán o la de José, se entrecruzan momentos de dificultad y duda, junto  a días de paz y alegría.  José fue obediente también cuando tuvo que emigrar o huir de la persecución o llevar una vida escondida en Nazaret o experimentar el dolor de la pérdida de su hijo en el Templo o desempeñar siempre un papel secundario en la historia.

Fue generoso en su respuesta: «hizo lo que le había mandado el ángel del Señor«.

Fue el servidor fiel y prudente que Dios puso al frente de su familia como nos dirá el prefacio de este día.

¡Es un ejemplo que tenemos que imitar cada día de nuestra existencia!

Hoy hace seis años que el Papa Francisco inició su ministerio Petrino, queremos dar gracias a Dios por este Pontífice que nos ha dado como custodio y guía de su Iglesia.

Cuidar a los demás nos corresponde a todos, según nuestros compromisos religiosos, políticos, sociales… Me atrevería a decir que, nos corresponde no en fuerza de un mandato específico, sino por ser parte de la gran familia humana en la cual nadie me puede dejar indiferente y nadie es un extranjero para mí.

Debemos comportarnos como hombres y mujeres que tienen un gran aprecio por las personas, preocuparnos por cada uno con amor y respeto. Actuar en esta forma es actuar como San José. Cuando nos descuidamos de los demás entran otros intereses en nuestro corazón y corremos el riesgo de desviarnos de todo aquello que Dios nos ha confiado.

La fiesta de San José es una buena oportunidad para renovar nuestra entrega a la vocación de cristianos que a cada uno de nosotros nos ha concedido el Señor, o de ser personas de buena voluntad que buscan con sinceridad de corazón el bien común, el bien de los demás.

Dios nos conceda un corazón como el de San José que se entregó totalmente a Dios para servir a su Hijo Jesús e imploremos, junto a la suya, la intercesión de la Virgen María, para que el Espíritu Santo, acompañe siempre la misión que Dios ha confiado al Santo Padre Francisco y nos comprometimos a rezar por él.

Su intercesión acompañe también a cada uno de nosotros en nuestras tareas diarias y nos conceda la fuerza de llevarla a cabo con entrega generosa y fecunda.

Así sea.