La Primera lectura, de Daniel capítulo 7, nos presenta la visión que el profeta tiene, ve venir entre las nubes del cielo al Hijo del Hombre, es una prefiguración de Cristo. Aquella visión se vuelve una realidad para los apóstoles, al contemplar a Jesús transfigurado. Por eso en la segunda lectura tomada de la 2ª. Pe 1: Ante las dificultades y persecuciones que sufren los primeros cristianos el apóstol quiere transmitirles seguridad en la fe que profesan, manifestándoles su experiencia, lo que han vivido y oído junto a Santiago y Juan, estado con Jesús en el Monte Tabor. Vivieron la gloria del Señor, oyeron la voz del Padre que confirmó la divinidad de Cristo y les mandó escucharlo.
La Transfiguración es un punto muy importante para la fe del cristiano, por eso la presentan los tres evangelistas sinópticos. Se nos acaba de proclamar a San Mateo en el capítulo 17: La Transfiguración, es la manifestación de la gloria de Jesús que confirma su divinidad, la cual viene ratificada por la voz del Padre, “Este es mi Hijo muy amado”; es también una promesa para sus discípulos, puesto que la vocación del cristiano es la resurrección, la gloria eterna.
Todo el Evangelio tiene esa finalidad la transfiguración del discípulo de Cristo mediante la acción del Espíritu Santo. Por eso el cristiano debe estar siempre a la escucha de Jesús y trabajando por su propia transfiguración y la transfiguración de la sociedad, puesto que su destino es la eternidad. Ese esfuerzo de transfiguración en Cristo es el cultivo de los valores del Reino de Dios, la verdad, la justicia, la caridad y la paz, esto define la actividad cristiana en este mundo, valores que se perfeccionarán en la vida eterna. En esa dinámica de bien a nivel personal y social, consiste la transfiguración a la que todos estamos llamados.
Por desdicha el mundo propone actitudes y comportamientos contrarios a los valores del Reino de Dios y muchas veces la persona es víctima de tales antivalores. En ese sentido la Historia tristemente registra graves acontecimientos, contra el Reino de Dios, precisamente este día se cumple un aniversario más del lanzamiento de la Bomba atómica en Hiroshima, Japón, puesto que sucedió un lunes 6 de agosto de 1945. Sin duda uno de los más terribles acontecimientos del siglo XX, aunque hay muchos más. Pero el mal no sólo pertenece al pasado, sino que por desdicha también lo encontramos en el momento actual y en nuestro propio país. La terrible situación de violencia fratricida e irracional y la gravísima situación de pobreza, ambas cosas llevan a la migración forzada de nuestros hermanos, quienes muchas veces son sometidos a toda clase de atropellos vulnerando sus derechos hasta arrebatarles incluso sus vidas en los peores casos. Esa no es la voluntad de Dios, es obra de la idolatría del dinero. Otro tanto hay que decir del afán de privatizar el agua, vulnerando el derecho humano al agua, que es inviolable en toda persona, puesto que el agua es vida, no se le puede privar de ella a nadie. Y qué decir de un sistema previsional tan injusto que condena a la miseria al que ha trabajado arduamente toda su vida. Sistema perverso que favorece a terceros despojando de sus propios fondos a los contribuyentes; y además un sistema tributario sumamente injusto en el que los que menos tienen son obligados a pagar más.
Es precisamente en este panorama sombrío en el que la luz de la transfiguración del Señor se vuelve más luminosa y prometedora para todos. Este es un pueblo de fe, de gran esperanza y de noble corazón. Con la fe puesta en el Señor y el esfuerzo constante y solidario, sembrando las semillas del Reino de Dios y cultivándolas vamos a construir una nueva sociedad reconciliada en la verdad y la justicia. Pidamos por intercesión de María Santísima, Reina de la Paz y de nuestro amado Pastor, Profeta y Mártir San Oscar Arnulfo Romero, todos al unísono: “Divino Salvador del Mundo condúcenos por la verdad y la justicia a la reconciliación”. Amén.
