INVITEMOS A JESÚS A LA BARCA DE NUESTRA VIDA

En medio de la crisis mundial a causa de la propagación del coronavirus el Papa Francisco quiso ofrecer al mundo una palabra de fe, un momento de oración y una invitación a la esperanza en la Cruz de Cristo, el Redentor.

Una plaza vacía fue un signo elocuente de lo que está viviendo el mundo: tristeza, soledad y miedo. El Sucesor de Pedro ofreció una profunda reflexión que partía del texto de la tempestad calmada. La angustiosa crisis que estamos experimentando con la pandemia “desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades» y “ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: ¡Despierta, Señor!”

Los católicos y todo aquel que quiso acompañó al sucesor de Pedro desde sus casas gracias a los medios de comunicación. La reflexión de la Palabra de Dios, la contemplación delante la imagen de la Santísima Virgen Salus Populi Romani y el Crucifijo de San Marcelo, la exposición, adoración y bendición eucarística y la Bendición «urbi et orbi» con indulgencia plenaria fueron los componentes de este quinto viernes de Cuaresma.

A continuación, compartimos el texto de la homilía del Santo Padre Francisco y la oración de este día.

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE DIOS DEL PAPA FRANCISCO

«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.

Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.

En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús.

Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.

Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).

No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.

La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela y se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa.

No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.

Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12).

Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.

Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.

Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.

Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.

El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.

El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.

En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios

Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).


ORACIÓN CON EL PAPA FRANCISCO 27 DE MARZO 2020  

Escucha de la Palabra de Dios

 

El Santo Padre:

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 

  1. Amén

Oración

El Santo Padre:

Oremos.

Dios omnipotente y misericordioso, mira nuestra dolorosa condición:  conforta a tus hijos y abre nuestros corazones a la esperanza, para que sintamos en medio nuestro tu presencia de Padre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que es Dios, y vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos.

  1. Amén

 

Evangelio

El lector:

Escuchen la Palabra del Señor según el Evangelio de san Marcos 4, 35-41

Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Crucemos a la otra orilla”. Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: “¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?”

Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: “¡Silencio! ¡Cállate!”

El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: “¿Por qué tienen miedo?

¿Cómo no tienen fe?”

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”

Palabra del Señor.

 

Meditación del Santo Padre

Contemplación delante la imagen de la Santísima Virgen «Salus Populi Romani»,

Protectora del Pueblo Romano (canto “Sub tuum praesidium) 

 

Contemplación delante del Crucifijo de San Marcelo (antífona a la Cruz).

Exposición, adoración y bendición eucarística

Exposición del Santísimo Sacramento.

Adoración del Santísimo Sacramento (canto “adoro Te devote”).

Súplica Litánica

 

TE ADORAMOS, OH! SEÑOR.

Verdadero Dios y verdadero hombre, realmente presente en este Santo Sacramento

Te adoramos, Oh! Señor

Nuestro Salvador, Dios-con-nosotros, fiel y rico en misericordia

Te adoramos, Oh! Señor

Rey y Señor de la creación y de la historia

Te adoramos, Oh! Señor

Vencedor del pecado y de la muerte

Te adoramos, Oh! Señor

Amigo del hombre, resucitado y vivo a la derecha del Padre

Te adoramos, Oh! Señor

 

CREEMOS EN TI, OH! SEÑOR.

Hijo unigénito del Padre, bajado del Cielo para nuestra salvación

Creemos en ti, Oh! Señor

Médico celeste, que te inclinas sobre nuestra miseria

Creemos en ti, Oh! Señor

Cordero inmolado, que te ofreces para rescatarnos del mal

Creemos en ti, Oh! Señor

Buen Pastor, que donas la vida por el rebaño que amas

Creemos en ti, Oh! Señor

Pan vivo y remedio de inmortalidad, que nos das la Vida Eterna.

 

LIBRANOS, OH! SEÑOR.

Del poder de Satanás y de las seducciones del mundo

Líbranos, Oh! Señor

Del orgullo y de la presunción de poder prescindir de ti

Líbranos, Oh! Señor

De los engaños del miedo y de la angustia

Líbranos, Oh! Señor

De la incredulidad y de la desesperación

Líbranos, Oh! Señor

De la dureza de corazón y de la incapacidad de amar

Líbranos, Oh! Señor

 

SALVANOS, OH! SEÑOR.

De todos los males que afligen a la humanidad

Sálvanos, Oh! Señor

Del hambre, de la carestía y del egoísmo

Sálvanos, Oh! Señor

De las enfermedades, de las epidemias y del miedo al hermano

Sálvanos, Oh! Señor

De la irracionalidad devastadora, de los intereses despiadados y de la violencia

Sálvanos, Oh! Señor

De los engaños, de la mala información y de la manipulación de las conciencias

Sálvanos, Oh! Señor

 

CONSUELANOS, OH! SEÑOR.

Mira a tu Iglesia, que atraviesa el desierto

Consuélanos, Oh! Señor

Mira a la humanidad, aterrada por el miedo y por la angustia

Consuélanos, Oh! Señor

Mira a los enfermos y moribundos, oprimidos por la soledad

Consuélanos, Oh! Señor

Mira a los médicos y el personal sanitario, debilitados por la fatiga

Consuélanos, Oh! Señor

Mira a los políticos y los administradores, que llevan el peso de las decisiones

Consuélanos, Oh! Señor

 

DANOS TU ESPIRITU, OH! SEÑOR.

En la hora de la prueba y de la confusión

Danos tu Espíritu, Oh! Señor

En la tentación y en la fragilidad

Danos tu Espíritu, Oh! Señor

En la batalla contra el mal y el pecado

Danos tu Espíritu, Oh! Señor

En la búsqueda del bien y la verdadera alegría

Danos tu Espíritu, Oh! Señor

En la decisión de permanecer en Ti y en tu amistad

Danos tu Espíritu, Oh! Señor

 

ABRENOS A LA ESPERANZA, OH! SEÑOR

Si el pecado nos oprime

Ábrenos a la esperanza, Oh! Señor

Si el odio nos cierra el corazón

Ábrenos a la esperanza, Oh! Señor

Si el dolor nos visita

Ábrenos a la esperanza, Oh! Señor

Si la indiferencia nos angustia

Ábrenos a la esperanza, Oh! Señor

Si las muerte nos mortifica

Ábrenos a la esperanza, Oh! Señor

 

Oración

El Santo Padre:

Oremos.

Señor Jesucristo,

que en el admirable sacramento de la Eucaristía nos has dejado el memorial de tu Pascua, haz que adoremos con fe viva el santo misterio de tu Cuerpo y de tu Sangre, para sentir siempre en nosotros los beneficios de la redención.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

  1. Amén

El Cardenal Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica de San Pedro, anuncia la Bendición «urbi et orbi» con indulgencia plenaria mediante la siguiente monición:

El Santo Padre Francisco a todos aquellos que reciben la bendición eucarística también por medio de la radio,

la televisión

y de las otras tecnologías de comunicación, concede

la indulgencia plenaria en la forma establecida por la Iglesia.

 

El Santo Padre da la bendición con el Santísimo Sacramento.

Aclamaciones

  • Bendito sea Dios.
  • Bendito sea su santo nombre.
  • Bendito Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
  • Bendito sea el nombre de Jesús.
  • Bendito sea su sagrado Corazón.
  • Bendita sea su preciosa Sangre.
  • Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
  • Bendito sea el Espíritu Santo Consolador.
  • Bendita sea la gran Madre de Dios, la Santísima Virgen María.
  • Bendita sea su santa e inmaculada concepción.
  • Bendita sea su gloriosa asunción.
  • Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
  • Bendito sea San José, su casto esposo.
  • Bendito sea Dios, en sus ángeles y en sus santos.

Ver Oración y bendición del Papa Francisco «Urbi et Orbi»

Descargar:

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

ORACIÓN CON EL PAPA FRANCISCO