
Compartimos la reflexión que Monseñor José Luis Escobar Alas publicó en el Semanario Orientación sobre la conmemoración de los mártires en el mes de marzo. El proceso de beatificación del padre Rutilio Grande, SJ., y sus dos compañeros ha finalizado. Y San Oscar Arnulfo Romero, es el primer santo salvadoreño llevado a los altares. La celebración de los mártires debe animar la vida de los cristianos de nuestro tiempo, tomando el ejemplo de su vida y de sus enseñanzas.
Marzo es el bendito mes de San Oscar Romero y del Padre Rutilio y sus compañeros mártires. El 12 de marzo se cumplieron 44 años del martirio del Padre Rutilio Grande y sus dos compañeros el Sr. Manuel Solórzano y el joven Nelson Rutilio Lemus. Fue en torno a las 5.00 de la tarde, mientras se dirigían a San José el Paisnal para celebrar la santa misa, dentro del novenario de San José, cuando fueron emboscados y brutalmente asesinados; sin mediar palabra los ametrallaron. Como comentamos en nuestra segunda carta pastoral, citando al Padre Rodolfo Cardenal, el Padre Rutilio poco antes de morir en voz baja dijo: “Debemos hacer lo que Dios quiere”, como Jesús en el Huerto de los olivos, ante el tormento de la muerte afirmó su fiel cumplimiento de la misión recibida de Dios. Y días antes había expresado su perdón a sus asesinos: “El odio no cabe en un cristiano. Aunque nos apaleen y nos quiten la vida tenemos que seguir amando y perdonando. Así nos enseño Jesús ¿verdad? ¡Padre, perdónales, sepan o no sepan lo que hacen!” (Ustedes también darán testimonio Nº 33).
El próximo 24 de marzo se cumplen 41 años de martirio de San Oscar Romero, como todos sabemos fue en Hospitalito, La Divina Providencia. Celebrando la santa Misa en la tarde de ese día, cuando tuvo lugar el terrible asesinato del Pastor bueno, Padre y Maestro del pueblo. Un crimen atroz, un terrible sacrilegio de triple gravedad, cometido a una persona consagrada, en un lugar santo y durante la celebración de la santa misa. Pero al mismo tiempo es la ofrenda de su vida a Dios, unió por así decir, su sangre a la sangre de Cristo, que ofrecía en el Altar. Dios por su parte lo eleva a los cielos y le coloca en el coro de los mártires muy cerca de Él.
Al celebrar la memoria de nuestros mártires, celebramos el triunfo de la verdad de la justicia y del bien, por encima del mal, de la injusticia y la mentira. La última palabra no la tienen los caines, los asesinos, aunque parezcan que triunfan, al asesinar a los justos, a los pobres y a los santos. Pero no es así la última palabra la tiene siempre Dios que premia a los buenos y les pedirá cuenta a los obradores del mal.
A la vez que celebramos a nuestros mártires, sintámonos aleccionados por ellos, caminemos siguiendo sus huellas, escuchando sus enseñanzas y poniéndolas en práctica, imitando sus virtudes, su radicalidad en el cumplimiento del evangelio; su amor por los pobres, defendiendo sus derechos y su dignidad, viendo a Dios mismo en ellos. Vivamos cada vez más unidos e identificados con nuestros mártires. Caminemos acompañados por nuestros mártires, invoquémoslos con amor fraterno, ellos interceden siempre por nosotros. Bendito sea Dios.