La Mujer, refleja el rostro del Dios de la vida

Presentamos a continuación una reflexión de Monseñor José Luis Escobar Alas, en torno a celebración del Día Internacional de la Mujer, publicada en el Semanario Orientación. Partiendo de la tradición de la Verónica, la mujer que se acercó a Jesús para limpiarle su rostro, mientras lo llevaban a crucificar, menciona que la mujer refleja el rostro del Dios de la vida. Hoy en día, a la mujer se le siguen negando muchos derechos en nuestra sociedad, como la igualdad salarial, educación, vivienda, etc. Finaliza exhortando a la mujer para que no imiten el peor lado del hombre ni sus vicios sino por el contrario: “Redímanlo, mostrándole el rostro del Divino Traspasado – el rostro del Dios de la vida – estampado en los rostros de ustedes”.

Mujer Salvadoreña - Banco de fotos e imágenes de stock - iStock

La Iglesia ha guardado celosamente entre sus tradiciones el piadoso y valiente gesto de Santa Verónica de limpiar el rostro de Cristo, atravesando las furiosas turbamultas y los ojos avizores de los sayones. Cristo guardando nada para sí, estampó su divino rostro en el lienzo de aquella mujer, y es a ella a quien cupo en suerte el don de ser la guardiana de su rostro; del rostro del Divino Traspasado, un don no otorgado ni siquiera a uno de los cientos de hombres que por allí rondaban ese día, sino a ella sola.

Ciertamente, hace más de dos mil años sucedió esa gloriosa gesta de Santa Verónica; y, aunque ha partido a la casa del Padre, es la mujer – la mujer salvadoreña, la mujer hondureña, guatemalteca, en fin, la mujer en todo el mundo – quien sigue siendo la guardiana de ese Rostro; y quien lo sigue reflejando mejor.

¿Acaso no es ella quien entrega su vida en servicio de los demás hasta el último minuto de su paso por esta tierra? La mujer está desde el principio de nuestras vidas. Venimos al mundo por una mujer; aprendemos nuestros primeros hábitos alimenticios, de sueño, de aseo, por una mujer. Aprendemos a caminar por la paciencia y el encorvamiento de una mujer que sostiene nuestras manos a cada paso inseguro que damos. Leemos y escribimos gracias al esfuerzo de una mujer que, muchas veces sin ella saber leer o escribir procura marcar la diferencia en sus hijos. Aprendemos a vivir por una mujer, con lo cual podemos concluir que, si es a través de alguien que podemos conocer el amor misericordioso de Dios, es a través de una mujer.

Sin embargo, la mujer – como Cristo que pasó haciendo el bien – es maltratada, marginada, invisibilizada, abofeteada y ninguneada. Se le explota negándole el derecho a la igualdad salarial, su pago es menor por ser mujer, y junto a este, se le violan muchos otros derechos; la educación es negada a ella prefiriendo invertirse en la educación del hombre; la salud, el sistema de pensiones, la vivienda digna son derechos vulnerados continuamente en su perjuicio. En el amor es burlada por el hombre, en el peor de los casos, instrumentalizada como objeto sexual. En cuanto a los derechos que los gobiernos más civilizados dicen defender o propugnar en favor de la mujer no son más que políticas de muerte; por ejemplo, el aborto. O política de explotación sexual de la mujer. Una situación que los cristianos no podemos tolerar, ni silenciar y mucho menos aprobar.

Por tanto, es importante, que en este mes de marzo – pues el día 8 de marzo o cualquier otro día es insuficiente para rendir honor a quien honor merece – pongamos atención en las necesidades, intereses y deseos de la mujer para facilitar su vocación a la vida, a la humanización y humanidad, su vocación al amor y al servicio. Y a ustedes mujeres – con Monseñor Romero – les digo: Reconciliad a los hombres con la vida[1], pues las propuestas del hombre del mundo (el hombre viejo como dice San Pablo) suelen ser: Guerra, aborto, eutanasia, violencia, secuestro, ateísmo, etc. Ustedes en cambio (parafraseando a Mons. Romero): Detengan la mano del hombre que en un momento de locura puede intentar destruir la civilización humana[2]; pues como lamentó nuestro Santo Romero: Nuestra técnica corre peligro de convertirse en inhumana[3]. No imiten el peor lado del hombre ni sus vicios sino por el contrario: Redímanlo, mostrándole el rostro del Divino Traspasado – el rostro del Dios de la vida – estampado en los rostros de ustedes.  


[1] Oscar A. Romero, “Juan Bautista, paradigma del hombre comprometido con el reino de Dios”. Natividad de San Juan Bautista, Homilías, T.V. p. 39.

[2] Cf. Ibidem, p. 39.

[3] Ibidem, p. 39.