¡Vayan y prediquen el Evangelio! (cf. Mc 16, 15), es el mandato del Señor a
nuestra Santa Iglesia. Mandato configurador de su identidad, que la impele a vivir
en continua misión. La vida del cristiano es misión permanente, en consecuencia,
nuestras comunidades parroquiales deben vivir en misión. De otra manera pierden su
vitalidad hasta marchitarse y desaparecer.
En esta dirección hemos escrito una Pastoral con mirada global al pasado
cercano, presente y futuro de nuestra amada Iglesia en esta más que centenaria
Arquidiócesis. No es superfluo mencionar que no existiría Arquidiócesis en este
país sin el trabajo misionero emprendido por un puñado de sacerdotes y religiosos
llegados a las antiguas tierras cuscatlecas, toltecas, lencas, etc. Es por esos primeros
misioneros que las semillas del Santo Evangelio cayeron en los corazones de nuestros
antepasados. Es por esos misioneros que esas semillas penetraron nuestra querida
patria; y finalmente, es por ellos, que Dios Uno y Trino hizo germinar dichas semillas.
El árbol creció y dio frutos; más no podemos contentarnos con unos cuantos frutos.
Es deber nuestro abonarlo para que retoñe con más fuerza y dé frutos en abundancia.
